¿Y cuando abren durante ese segundo que se va, un
viejo álbum custodiado en el cajón del ángulo oscuro, una carpeta del ordenata,
la nublada Instagram… para revisar una colección de fotos suyas? ¿Alguna
probable conclusión? Todo, sí, cambia, razón por la cual cierta norma
subyacente —y paradójica, ojo— rige la condición humana y sus creaciones: la
permanente transformación. Los poliédricos procesos de metamorfosis en que
opera esa ley son el espacio donde a sus anchas se mueven las Humanidades. La
etimología y la lexicografía, por ejemplo. Echemos un vistazo —en el Nuevo
Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española[1],
de la Academia— al caso de raza, voz
que devuelven múltiple los ecos de los recovecos de la Historia.
En el principio fueron los dos Vocabularios hispano-latinos (1494 y
1516) de Nebrija y la estirpe de glosarios bilingües: de castellano con arábigo
(Alcalá, 1506), toscano (Casas, 1570) e inglés y latín (Percival, 1591). En sus
entradas, que ahora fusiono, raça no figura
como término independiente, sino participando en dos conglomerados, que numero
de acuerdo con la estratificación de acepciones que presenta el DRAE
actual para los homónimos raza2
y raza1:
[2.2] raça del sol: radius solis per rimam; raggio
del sole; the sun beame.
[2.4] raça del paño: panni raritas; resca; the
place where cloth is seere or thine.
Alcalá incluía también, como unidad léxica, raça, que López Tamarid (1585) definió, con
sentido procedente del árabe y no recogido hoy por el DRAE, según el modo
sintético que los viejos glosadores legaron a Twitter:
[3] raça: cepa o rayz.
Incorporando las correspondientes equivalencias
del francés, Palet (1604) y Oudin (1607) añadieron una cuarta acepción, referida
a lo que el DRAE clasifica hoy como raza1,
y que andando el tiempo acabaría por sepultar a las anteriores:
[1.1] raça o raza: race, lignee, generation.
Pudiera pensarse que esta acepción [1.1] deriva de
[3]; pero antes que las suposiciones, los hechos: el testimonio de un médico
cordobés, Francisco
del Rosal, dando razón etimológica —es decir, histórica (o sea, cambiante)—
de raça, al sostener la evolución [2.4]
à
[1.1]. Fue en un oscuro legajo de hacia 1601, Origen y etymología de todos los vocablos originales de la Lengua
Castellana, del que se conserva traslado dieciochesco debido al fraile
agustino Miguel de Zorita. Así explicaba raça
Rosal:
falta en
el paño, es Ráritas [2.4: esto es, el
mismo latinajo de Nebrija] y así la llamaron Raléa, que era rareza de pelo, y despues pasó a significar la falta
de linage, que así tambien decímos de linaje: en el mejor paño cae la mancha. Después pasó a significar el Linage
y Descendencia [1.1] indiferentemente. Aunque Raça de paño parece del Griego Racos,
que es el paño ruin y roto [2.4]. Pero Raça
de Sol [2.2], Racha ò Raja, del
Griego Ragas, que es la hendedura en
la madera [2.1]; y de allí Raya, que
es señal de la hendedura.
En estos inicios del XVII, los lexicones registraban
tres acepciones principales para raza.
Al amalgamar la información de Palet y Oudin con la suya —«en
lexicografía eso de la independencia es cosa poco frecuente», sostendrá en 2007
Esparza Torres—, Vittori (1609), además de dibujar el mismo panorama que ellos,
hacía cumplir la hipótesis predictiva de que los últimos serán los primeros, pues
convirtió la acepción [1.1] en inicial o preferente:
[1.1] raça o raza: race, lignee, generation; prole, stirpe, legnaggio.
[2.2] raça del sol: rayon du soleil que donne par
quelque fente; vna spera di sole, che entri per vna fessa.
[2.4] raça del paño: vne raye au drap; vna
rega nel drappo.
Los siguientes lexicógrafos bilingües nada nuevo
añaden. Mientras que Mez de Braidenbach (1670) definirá en alemán raça [1.1] y raça del sol [2.2], por ese orden, Minsheu (1617) había traído de
Nebrija las acepciones [2.2] y [2.4], y situó también en primer lugar [1.1] raça: cásta.
Un rayo de sol, un paño raído, una raíz del fruto
de la tierra; rayo, raído, raíz: las razas de que
hablaban nuestros aliterativos tatarabuelos, in illo tempore… Pero antes de concluir que la palabreja, en aquel remoto
mundo preindustrial, remitía a los astros, los telares y los linajes —cuando
sus ancestros eran grecolatinos—, y a las entrañas de la tierra —cuando lo fueran
árabes—, tendremos que comprobar si los primeros lexicógrafos, definiendo raza, llevaban razón. Que la
racionalidad exige revisar una y otra vez los datos disponibles antes de
interpretarlos. Paciencia, pues, y esfuerzo o empeño (studium).
Para no precipitarse en el abismo de la postverdad.
[1] Los doce diccionarios que mencionaré, tras
consultarlos ahí, son los de Antonio de Nebrija, Vocabulario español-latino (Salamanca, 1494), ampliado en el Vocabulario de romance en latín […]
nuevamente corregido y augmentado más de diez mil vocablos […] (Sevilla,
1516); fray Pedro de Alcalá, Vocabulista
arávigo en letra castellana […] (Granada, 1506); Cristóbal de las Casas, Vocabulario de las dos lenguas toscana y
castellana (Sevilla, 1570); Richard Percival, Bibliothecae Hispanicae pars altera. Containing a Dictionarie in
Spanish, English and Latine (Londres, 1591); Francisco López Tamarid, Compendio de algunos vocablos arábigos
introduzidos en lengua castellana en alguna manera corruptos, de que comúnmente
usamos (Granada, 1585); Juan Palet, Diccionario
muy copioso de la lengua española y francesa […] (París, 1604); César
Oudin, Tesoro de las dos lenguas francesa
y española […] (París, 1607); Francisco del Rosal, Origen y etymología de todos los vocablos originales de la Lengua
Castellana. Obra inédita de el Dr. Francisco de el Rosal, médico natural de
Córdova, copiada y puesta en claro puntualmente del mismo manuscrito original,
que está casi ilegible, e ilustrada con alguna[s] notas y varias adiciones por
el P. Fr. Miguel Zorita de Jesús María, religioso agustino recoleto
(manuscrito de h. 1790); Girolamo Vittori, Tesoro
de las tres lenguas francesa, italiana y española (Ginebra, 1609); John Minsheu,
Vocabularium Hispanicum Latinum et
Anglicum copiossisimum, cum nonnullis vocum millibus locupletatum, ac cum
Linguae Hispanica Etymologijs […] (Londres, 1617), y Nicolás Mez de
Braidenbach, Diccionario muy copioso de
la lengua española y alemana hasta agora nunca visto, sacado de diferentes
autores […] (Viena, 1670), título que une, algo contradictoriamente, el
exceso de márketing o mentira con el reconocimiento a los lexicógrafos
anteriores. Sobre los primeros diccionarios, M. Á. Esparza Torres, «Los
inicios de la lexicografía en España», en Historiografía de la lingüística en el ámbito hispánico. Fundamentos
epistemológicos y metodológicos, ed. J. Dorta et al., Madrid, Arco Libros, 2007, pp. 231-268.
No hay comentarios:
Publicar un comentario