Viniendo de la tradición, o biblioteca de la memoria lectora, todo autor alberga la pretensión de ser novísimo, y de ahí la paradoja de que, en su repetición, la voluntad de originalidad no sea original. Vamos: teorema del prurito de originalidad al canto. Que observar quiero ahora como testimonio probable no solo del cansancio ante la reiteración de una serie literaria; también, de la lucha por la hegemonía en el ecosistema cultural.
Será que el «Hijo de Tántalo, voy a hablar de ti de modo distinto a los de antes», que dicta la Olímpica I de Píndaro (522-448 a. C.)[1], resuena en el pretendidamente innovador «carmina non prius / audita […] / […] canto» («entono poemas nunca antes escuchados») de Horacio (Odas III, I, 2-4). Y los siglos son testigos de que la reelaborada promesa llega al Ariosto («Diró d’Orlando [...] / cosa non detta in prosa mai nè in rima» [Furioso, I, 2]), imitado luego por Milton: «Things unattempted yet in Prose or Rhime» [Paraíso perdido, I, 16]). En un libro imponente y memorable, Literatura europea y Edad Media latina (1948), adujo Curtius, junto a otros, esos fragmentos de Horacio, Ariosto y Milton, al examinar, dentro de los tópicos del exordio, este de «ofrezco cosas nunca antes dichas»[2].
Las letras españolas, como las demás, historizan este teorema del prurito de originalidad, que en su constituidora repetición se hace ahistórico. Quizá porque la cronología literaria sea, frente a otras, reversible, asunto entonces en que la periodización —instrumento útil para la rectilínea historia general, no para la multidimensional memoria literaria— hace aguas.
Retengamos en las palabras de Moreno Villa traídas ya aquí —«es algo que me corresponde»— ese indefinido algo como remedo de magdalena proustiana que posibilite el flashback investigador: un nuevo camino para la historiografía literaria que no veo recorrer. Porque cuando con sus Soledades (1613) se presentó Góngora como radical renovador o cabeza de la tercera vanguardia italianista española, su conciencia de extrañamiento fue tal que ni siquiera encontró nombre para una criatura la suya carente de contornos precisos o reconocibles a la luz de la Poética imperante, de modo que solo un indefinido pudo aplicarle: «Caso que fuera error, me holgara de hauer dado principio a algo; pues es mayor gloria empeçar vna ación que consumarla»[3].
Irreductible Góngora. No se puede actualizar con más vigor el tópico de la protesta de originalidad. El vigor esperable en un héroe de la metáfora y un conquistador de la neolengua, clonada mediante síntesis de la sintaxis madre del latín y la sintaxis hija del español.
[1] Antología de la poesía lírica griega (Siglos VII-IV a. C.), ed. C. García Gual, Madrid, Alianza, 1980, p. 104.
[2] E. R. Curtius, Literatura europea y Edad Media latina, México, FCE, 1989, I, pp. 131-132.
[3] Cito por la edición crítica de A. Carreira, Gongoremas, Barcelona, Península, 1998, pp. 255-256. El fragmento, que forma parte de la célebre «Carta» de Góngora, es ajeno, según su editor (pp. 260-266), a las interpolaciones que Jammes presume en ella.
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