Procediendo de la novela de aventuras griega y caminando hacia una
explicación racionalizadora —para su tiempo: neoaristotélica o
contrarreformista—, Cervantes relata en el Persiles (1617) cosas que, por «extraordinarias», pondrán en
entredicho todo el «crédito» ante el receptor, pues sucesos son que «tengan más
de lo imposible que de lo verdadero»; así, las alfombras voladoras y los lobos
que hablan (I, 8 y 18), fenómenos de ficción instantánea que significativamente se presentan juntos.
Entre tales hechos extraordinarios se encuentra el relativo a otra hermosa volante,
Claricia, que contrariamente a Remedios, la bella, vuelve a poner los pies
sobre la tierra: «vieron bajar por el aire una figura», la de
una mujer
hermosísima, que habiendo sido arrojada desde lo alto de la torre, sirviéndole
de campana y de alas sus mismos vestidos, la puso de pies en el suelo sin daño
alguno. Cosa
posible sin ser milagro (III, 14).
Sin embargo, «vuelo milagroso» lo llamará después el contrarreformista Cervantes,
«más para ser admirado que creído» (III, 15). Estaba en juego la apariencia de
verdad, esa medida que al modo aristotélico conocemos como verosimilitud[1], y que
separa dos corrientes principales del relato ficticiamente instantáneo: el
realista y el fantástico. Este y su penúltima derivación contemporánea, el
realismo mágico, tratan de suspender y
admirar al receptor —por decirlo con palabras del siglo XVII—, y se
sostienen sobre una verdad interna e independiente que «puede enfermar, pero no
morir del todo» (Persiles, III, 12),
pues «la verdad ha de tener siempre su asiento, aunque sea en sí misma» (III, 6).
Tal verdad autónoma del relato fabuloso, ajena a la exigencia de
verosimilitud, despoja al lector de la capacidad de contraste, por lo que los
sucesos se le presentan, en su «raridad», como «apócrifos», según sigue
teorizando Cervantes —el primer gran teórico que noveló su pensamiento
literario—, «y así es menester que les ayuden juramentos, o a lo menos el buen
crédito de quien los cuenta» (III, 16).
Es lo que sucede con el «historiador», a quien «no le conviene más de decir
la verdad, parézcalo o no lo parezca» (III, 18). Con semejante formulación, este
postulado pudiera suponerse teñido de la habitual ironía cervantina: ¿decir la
verdad no es un deber, sino una conveniencia
del historiador? Y en el colmo de la ambigüedad, ese instrumento de exploración
de salidas inesperadas, la frase parézcalo
o no lo parezca, ¿se refiere a decir
o a verdad? Si fuera lo segundo, es
que puede la verdad presentar apariencia de mentira, igual que esta, en la
ficción, se viste de verosímil o incluso de autenticidad. Pero la primera salida
es aún más disolvente: a veces pareciera que el historiador dice la verdad; de
modo que otras veces… Como al desgaire, Cervantes acaba de saltar desde la
ficción instantánea hasta otra serie textual y narrativa: la historia.
Extendiendo dudas.
[1] Un lector
dispuesto a echar la tarde pudiera revisar, sobre aplicaciones de este
concepto, Literaventuras, II, 3, VI, 4, VI, 5 y VI, 6.
Dedicaré una tarde a leer las otras literaventuras. Me da que es muy probable que las leyese en su momento. Una pregunta, la verdad, me la hago desde que era estudiante en la facultad. ¿Radica su genialidad en la capacidad que tuvo Cervantes para reabsorber sus circunstancias vitales? Es que leyendo el ensayo de Marías: Cervantes, clave española, es increíble pero real la capacidad de Cervantes para hacer tanto en tan relativo poco tiempo, unos 20 años
ResponderEliminarde producción. Como dice Marías, algunos, incluso de los colegas afamados como Lope no le perdonaron que aquel viejo siguiera creyendo en su manera de escribir y haciéndolo de esa manera maravillosa siendo un aficionado.
Supongo que la genialidad cervantina radica en que leemos en él cosas que parecen escritas por un contemporáneo nuestro. Un asunto de percepción. Respecto a los veinte años de creación cervantina (en realidad, alguno más: 1585-1616), no tengo claro que Cervantes sea una excepción llamativa. Algunos de sus contemporáneos no iban a la zaga. Los principios del XVII son el momento de transformación del mercado editorial originado en el XV en industria editorial: algunos atisban la posibilidad de ganarse la vida en el mundo de la imprenta. Está naciendo la figura del escritor profesional, figura a la que aún le quedarán dos siglos para consolidarse. En tal sentido, todos eran entonces escritores "aficionados".
EliminarCide Hamete Benengeli , después que D. Quijote contara su encuentro con Montesinos en la cueva, duda de la veracidad de la aventura reciente ya que las " hasta aquí sucedidas han sido contingibles y verisimiles...pero pensar yo que don Quijote mintiese...no es posible...y si esa aventura parece apócrifa, yo no tengo la culpa; y así sin afirmarla por falsa o verdadera, la escribo".
ResponderEliminarEl inicio del capítulo XXIV de la segunda parte de El Quijote, al igual que la cita de El Persiles en este artículo, Cervantes aprecia que los límites entre verdad y mentira se confunden; por todos es sabido que el libro del Ingenioso Hidalgo es una burla de los libros de caballería (ficción) basada en una crónica escrita por el moro Benengeli (historia) y que llega a manos de Cervantes traducida por alguien (interpretación) y redactada de manera novelesca (ficción) . Sobre si es cierto o falso lo sucedido el cronista concluye, en dicho capítulo, que es le prudente lector quien debe juzgar lo que le pareciere. Aquí se inicia una nueva historia: la de la novela moderna que un irlandés, Sterne, continuó y otro, Joyce, quiso culminar.
El problema filosófico de los límites entre verdad, verosimilitud y mentira intrigó a Cervantes en el "Quijote", las "Novelas ejemplares" y el "Persiles". Son textos repletos de reflexiones (y lo más interesante: puestas a prueba) sobre tal asunto. En el capítulo de la cueva de Montesinos, de sobra sabía Cide Hamete Benengeli (o alguna de las fuentes confusamente aducidas por y para el relato general, o el padre o el padrastro del "Quijote"), que con ese descenso mucho tenía que ver Ovidio.
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