Cerrado el paréntesis de autocrítica,
que como es habitual suele ser leve y breve, Campuzano concluye que no era un
espejismo: «realmente estando despierto, con todos mis cinco sentidos», «oí,
escuché, noté» que dos perros sostenían un coloquio «y, finalmente, escribí,
sin faltar palabra por su concierto», aquella conversación canina.
Acaba de revelar el alférez el tercer control de los
límites
para la verdad: el registro de escritura. En este caso, el acelerado
manuscrito sobre el que, en horas veinticuatro —pues escuchó a los canes en su «noche»
«penúltima» de hospital—, transcribió la conversación entre los perros. Aducida
como prueba, se convierte la escritura en autónoma con respecto a lo relatado,
para brindar «indicio bastante que mueva y persuada a creer esta verdad que
digo».
La escritura en sí misma, entonces, resulta indicio de verdad y además motor de persuasión
retórica. Las condiciones en que se materializó el mensaje escrito por
Campuzano abonan la verdad de lo que allí trató o, al menos, su verosimilitud:
la percepción afinada por la medicación —«yo estaba tan atento y tenía delicado
el juicio, delicada, sutil y desocupada la memoria (merced a las muchas pasas y
almendras que había comido)»— y la fidelidad de la transcripción: «todo lo tomé
[…] casi por las mismas palabras que había oído […] sin buscar colores
retóricas para adornarlo». Además, el contenido de lo escrito, «las cosas que
trataron» los canes, es digno de «varones sabios», por lo que «no las pude
inventar de mío». En conclusión lógica a más no poder: «contra mi opinión vengo a creer que no
soñaba y que los perros hablaban».
Tampoco cree haber soñado Jaume
Sobrequés i Callicó, catedràtic,
oficio que se tiene por propio de cabales «varones sabios». Entre los muy escasos hechos diferenciales catalanes destaca, en
estos tiempos de escepticismo y descreimiento, uno singular: parte de la
historiografía sobre Cataluña sigue sirviendo sin tapujos a una ideología. Una
pervivencia romántica tan ajena al seny,
e incluso a la racionalidad con que fueron superados los decimonónicos cronicones
nacionales. Ese anacronismo de la historia creyente, o instrumento servil de
propaganda nacionalista, lo capta El Roto de pleno en su viñeta: «Historiador,
tu patria te necesita» (El País,
23-11-2013). Qué retroceso, ya digo, más diferencial. Cuando los historiadores
postmodernos reclaman hoy un estatuto científico para su disciplina. ¡Ah!, y autónomo,
ascolti.
Sobrequés
i Callicó no dudó en sacrificar su carrera de prometedor medievalista para
servir a la patria, allá donde esta le llamara a gestionar asuntos, planear estrategias,
mandar en cosas. Tal que desde la Junta directiva del Barça, més
que un club, que el deporte siempre ha sido en el siglo XX bonita
actividad para disciplinar, encuadrar y encadenar a las masas. Que la patria se
le aparecía para que militara en el PSC, allá que iba raudo Sobrequés, derechito
al ala guay de la Gauche Divine o
pijoprogre, la de los maragalles de trinchera cinco estrellas y cuatro
tenedores: una de las dos almas del
partido, que apuntan los cursis. Y hala, a dirigir el Museu d’Història de
Catalunya. Que la patria se le manifestaba hartita de que Sobrequés se
conllevara con la otra ala o alma o lo que fuera del PSC, la obreril y charnega
de los montillas, tan acomplejados los pobres, raudo atendía Sobrequés, historiador
del Barça, la vocación duro y luengo tiempo oculta de militar en CiU, que lo suyo era afán
de servicio a las órdenes de quienes han mandado desde siempre: desde el siglo
XIX. Y hala, a dirigir, como buen medievalista, el Centre d’Història Contemporània
de Catalunya.
Una tarde, la inspiración patriótica proporcionó a Sobrequés científica chequera para que armara
historiográfico chiringuito. Había que agitar conciencias y llamar la atención
del mundo, al menos unas leguas más allá de Barcelona: «Espanya
contra Catalunya: una mirada històrica (1714-2014)». A celebrar un año
antes, en 2013, vaya a ser que se acabe la historia y no dé tiempo a contarla
como de verdad fue. Y sin que se agolpe el vulgo —«L’aforament és limitat»—: que derecho a decidir, según lo
que dicten las encuestas a cada rato, pero derecho de admisión de charnegos, por descontado.
Es de esperar que cuando se publiquen las actas del
simpático simposi, «sin faltar
palabra por su concierto», la historia quede «finalmente» fijada. Y no haya más
que discutir. Que «en escripto yaz esto: es cosa uerdadera», según la estrofa
2161 del Libro de Alexandre.
A veces dieron en el clavo estos castellanotes
imperialistas.
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