Un
mantra deja asentar, sobre mentes poco inquietas, revelaciones de la verdad:
sucedáneos. Por caso, que las Humanidades forjan un pensamiento crítico. Sucede
que la esencia del mantra, la repetición litúrgica, no puede ser más ajena a la
crítica. Las evidencias, además, no siempre confirman que el estudio humanístico
esté sometido al control
racional de los hechos y los datos, que por fuerza se opone al criterio
de autoridad: lo relevante no es quién siente cátedra, ni depende la verdad de
cuáles fueren los labios que la pronuncien. Agamenón
puede hallarla, tanto como su porquero. Mas nunca si acatan; sí, quizá, cuando con
tino experimentan y razonan.
Siempre de
paso, cantaba el Aute: como el pensamiento no puede tomar asiento, nada de amén a lo ya dicho. Que lo revisamos. Esta segunda opción, menos cómoda, responde a
las exigencias de la crítica que no se queda en mantra o lema de pancarta. Sometamos,
pues, a examen la idea de que los sonetos italianos sobre las ruinas,
coetáneos de «Superbi
colli…»
(los enumera, entre otros, Profeti [p. 713]),
forman serie de dependencia con él. A la pizarra.
En el bitemático «Superbi
colli…», de Castiglione (C), las
ruinas romanas y el tiempo (RT)
ocupan el espacio inicial y mayor (¾ del soneto), mientras que se reserva al yo
(Y) un lugar menor, aunque situado en
el estratégico cierre:
C
= RT3 + Y1
De esta fórmula queda muy alejado
—tras experimentarlo en el laboratorio de la lectura— «Tommaso, i’
venni ove l’un duce mauro» (Rime,
Venecia, 1530), de Pietro Bembo. Y no la cumple, por ser monotemático, «Famosi colli,
alteramente nati»
(Le Rime. Sonetti et canzoni, Nápoles-Roma,
1530), de Jacopo Sannazaro. Sin embargo, las conexiones con la retórica de
«Superbi colli…» son evidentes: el vocativo inicial, aquí Famosi colli, y el uso, a renglón seguido, del adjetivo marca de la
casa, archi superbi; las palabras
clave (ruine, teatri [vv. 3 y 4]); el ejercicio cuatrimembre: consul, tribuni, reggi e imperatori (v.
6)... Pero
Sannazaro vincula el tema de las ruinas con el ubi sunt? e interroga a los celebrados romanos del pasado qué fue
de vostre glorie. El cierre del
soneto resalta al vero vincitor, etiqueta
que es lógico suponer que oculta al tiempo. En Sannazaro, pues, la reflexión
sobre el contemptu mundi, lo efímero del poder y la gloria, margina,
medievalmente, la repercusión del yo, aquí ausente.
Más
próximo a C = RT3 + Y1, «Sacra ruina, che ’l gran cerchio
giri» (Amori, libro III [Venecia,
1556]), de Bernardo Tasso, trata no de Roma, sino de Cartago. Revisémoslo en la
página 215 de la Storia della letteratura italiana nel Secolo XVI (Milán, 1880),
de U. A. Canello, que era una historia con textos:
Sacra ruina, che ’l gran
cerchio giri
di Chartagine anticha; ignude arene
d’alte memorie e gloriose piene,
di cui convien ch’ancor la fama spiri;
ascoltate
pietose i miei sospiri,
che manda il cor a la sua dolce spene,
mentre chi Marte sanguinoso tiene
lungi da’suoi be’lumi i miei desiri.
Imparate da me
d’arder d’amore,
di pianger notte e dì l’alto diletto;
e del proprio martir far cibo al core:
o sola, e di
quest’occhi unico oggetto,
così vedeste aperto il mio dolore,
como’io porto ognor chiusa nel petto.
Esta
«tristeza de un soldado, quien, hallándose entre las ruinas de Cartago, siente
una dolorosa nostalgia hacia la mujer amada», según el resumen que de esta «sugerencia
versificada» propuso en 1955 Fucilla (pp. 69-70), depara una fórmula de
arquitectura retórica bitemática en Tasso (T)
que prácticamente invierte la de C = RT3 + Y1. En efecto,
las ruinas cartaginesas y el tiempo (RcT)
ocupan el espacio del primer cuarteto (¼ del soneto), mientras que el yo, tan
reflexivo como militarmente activo, pero sobre todo enamorado (Ya), expande extraordinariamente su
territorio verbal:
T
= RcT1 + Ya3
Todo
se redujo al recuerdo (memorie, fama) en la Cartago asolada por las
armas romanas. Tanto, que apenas la desnuda playa (ignude arene) queda: Omaha
beach mucho antes del Día D. El mismo Marte
sanguinoso que destruyó Cartago ordena la vida del yo poético, cuyos ojos, para
la amada solo reservados, no pueden ver la nada de unas ruinas imaginadas, el
castillo de arena de Cartago. Muriendo además de amor, quien habla apenas si desea
un eco: que las ruinas sagradas o invisibles escuchen reverentes (ascoltate pietose) su lamento y su
llanto. Qué más pudiera importar. En la frontera del soneto, engarzando su
engranaje de cuartetos y tercetos, ese arder
d’amore, cuyo verbo enlaza la destrucción de Cartago con la destrucción o
el amor, que dirá mucho después Vicente Aleixandre. El fuego iguala a la
antigua ciudad desaparecida con el yo del soldado que se quema de amor.
En
qué consistía el dolor de la voz poética: Castiglione no lo aclaraba. Otros
serán, como Tasso, quienes lo interpreten: llenando de contenido amoroso el tormento de «Superbi colli…». Y por el
método de expandir el segundo tema a costa del asunto de las ruinas.
Reescribiendo, pues, C = RT3 + Y1 como T = RcT1
+ Ya3. Natural. Frente a Roma, de Cartago no era posible sacar fotos
ni enviar una sola postal. Y luego está que si el espacio que cubrir es un
soneto, o hablas del amor o de la muerte.
O
los haces sinónimos.
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