sábado, 24 de agosto de 2013

VI, 22. La literatura como rama de las CC. de la salud


«Está en su mano inmortalizar Albacete», repentiza el Autodidacta en La Rosa de Alejandría (1984). Uno de tantos lugares de La Mancha: la literatura es que tiene mucho mando. En general, el arte, ese almacén de ocurrencias, sublimes y de las otras, que la vida imita sin cesar: «desde que el cine es cine los criminales reaccionan como los criminales cinematográficos», afirma cargado de razón Vázquez Montalbán en aquella misma novela suya. Se entiende que de la literatura mane una de las principales fuentes de conocimiento científico —el que se difunde mediante acrónimos y siglas— sobre la conducta humana.
Lo reconoce Castilla del Pino («Freudismo», El País, 3-12-1989), quien, ante la incapacidad de la psiquiatría y la psicología para orientarse por el embrollo ese de la psique, traza el mapa de los tres manantiales donde en puridad se obtiene el preciso hilo de Ariadna. Además de la presuposición de las malas intenciones y de la filosofía moral, este otro:

la literatura, más concretamente el teatro y la novela: Esquilo, Sófocles, Eurípides, Shakespeare, Cervantes, Stendhal, Flaubert, Dostoievski, Proust, etcétera, son omnipotentes con sus criaturas y nos hacen ver en ellas lo que en la vida sospechamos de los demás: la doble, y hasta triple, intención. Además poseen la capacidad de persuadirnos de que la cosa es así y no de otra manera. Es una literatura de la complejidad: por eso volvemos insistentemente a ella. Es, desde luego, literatura, pero es, además, sabiduría, porque de la literatura se nos hace pasar a la vida, y la vida a que ahora aludimos no es, naturalmente, la del biólogo, sino la del vivir del hombre.

¿Qué fuera de la Psicología sin los versos de Sófocles y Ovidio, que inspiraron para describir complicados complejos, sean —no sé— los de Edipo y Electra, y otros anacrónicos males, como el narcisismo, basados asimismo en malas lecturas interesadas de los textos originales?
Como las banderas, muy siglo XIX es la Psicología, esa rama de la mitología y la literatura. No menos siglo XIX que el bovarismo, pongamos que es el síndrome de Stendhal. Que figura en el catálogo de los discípulos de Freud como «enfermedad psicosomática que causa un elevado ritmo cardiaco, vértigo o incluso alucinaciones cuando el individuo es expuesto a una suerte de sobredosis de belleza», según recordaba Rocco Mangieri en Tonos Digital, 15 (2008).
¿Y qué sería del psicoanálisis sin Cervantes? Para poder leerlo, Freud aprendió español. Aún más: entre 1871 y 1881, el joven Sigmund y su amigo Eduard Silberstein mantuvieron epistolarmente una Academia Española o Castellana. Firmando todas con el nombre de Cipión, Freud escribió total o parcialmente en español la mitad de sus setenta cartas a Silberstein, que suscribía como Berganza. No se puede afirmar que el 12 de diciembre de 1871 hubiera Freud superado el nivel A1 de ELE, de haber cumplimentado examen en el Instituto Cervantes:

Le ruego á Vm. que vine mañana debajo a la setima clase, porqué no habrá tiempo de venir á el.
Quedo su atento servidor
Cipion

Sin embargo, en la prueba del 13 de junio de 1875, Sigmund había madurado y mejorado pero que mucho:

Parece que no sabeis, Señor Don Berganza, como os habeis de llamar, pues que a vuestra carta de 2. Junio suscribís Cipion, lo que es usurpacion de mi nombre. Pero si quereis que mudemos de nombre […], consiento y espero vuestro arbitrio.
El que hasta ahora se llama Cipion

El caso es que El coloquio de los perros cervantinos, no menos que el Quijote, formó parte de la educación sentimental de Freud. Lo ha relatado, entre otros, Edward C. Riley en Cervantes, 14 (1994), cuyo artículo se abre con oportuna cita de Cipión, digo, de Freud: «In the realm of fiction we find the plurality of lives we need». Ya había mostrado Riley, en Modern Language Review, 88 (1993), las conexiones entre el psicoanálisis y el diálogo que, antes de que se clausuraran las Novelas ejemplares, sostuvieron los cervantinos perros Berganza, autobiógrafo y paciente, y Cipión, analista.
¡Qué tiempos, ay, los de Freud y Cervantes, en que los males se curaban dialogando! Habría urgentemente que girar apropiada circular a todas las AMPAs para avisar de que no empastillen más a sus criaturas matriculadas, ni atosiguen a los profesores de ESO con tanta TDAH y otras enfermedades inventadas por la filantrópica industria farmacéutica y sus científicos secuaces. Pues que los niños se curan, o no enferman, hablando con ellos y contándoles historias o leyendas. Y al que de verdad sea TDAH, que lo llamen por su propio nombre, HDP, tal como ya figuraba en los prospectos de las reboticas de cuando Fernando de Rojas.
O sea, de cuando Elicia, que en las tutorías se expresaba sin tantas zarandajas: «O hideputa el pelón, e cómo se desasna» (La Celestina, XVII).


No hay comentarios:

Publicar un comentario