Se experimenta el proceso de ficcionalización progresiva no solo en textos políticos
como El Concejo de Furió o las Constituciones de 1812 y 1978. También en los científicos. Y no me refiero ahora a la llamada «deriva mística de la física actual», pues tengo la fea costumbre de no hablar de lo que no entiendo.
Así que volveré la vista al Examen de
ingenios para las ciencias, del sensato Huarte de San Juan. Aquel primerizo libro de psicología —que tanto gustaba a Cervantes— traía
a colación «los espíritus vitales», «los cuales andan vagando por todo el
cuerpo y están siempre asidos a la imaginación y siguen su contemplación». De
suerte que, cuando un hombre «está contemplando en alguna mujer hermosa»,
«luego acuden estos espíritus vitales a los miembros genitales y los levantan
para la obra». Una indiscutible verdad científica a finales del siglo XVI.
Que, como las demás verdades del pasado, se ha ficcionalizado
progresivamente. Dieron pues los espíritus vitales, tan necesarios en gozosos movimientos
como la erección, en objetos salvados por la literatura. Lo evidenció el médico
y novelista Luis Martín Santos: «el mago cariacontecido y hasta quizá algo
avergonzado, había renunciado a toda actividad terapéutica», una vez comprobado
que su intento de hacer abortar a Florita la había conducido a la muerte, «y
afirmaba simplemente que la naturaleza debía seguir su curso, como cualquier
médico famoso del siglo XVII». Y continúa así este pasaje de Tiempo de silencio: «Los espíritus
vitales a los que esta apelación se dirigía habían sin duda hecho un caso
excesivo de la misma y habían tomado un curso tan violento como inundatorio»,
lo que «redujo» al «mago de la aguja» «al conjuro de los espíritus vitales».
En el reversible túnel temporal de la cultura, incrementa Tiempo de silencio (1962) el proceso de ficcionalización
progresiva del Examen de ingenios para
las ciencias (1575). A lo que ayudan esos contextos y referencias que las
obras de ficción instantánea comparten con las de ficción progresiva. No sé: el
motivo estoico-horaciano del vir iustus
alcanza a los «pocos sabios que en el mundo han sido» de fray Luis de León,
como en general al contrarreformismo artístico, que los repetitivos manuales
llaman desde no hace tanto —aunque parezca que desde siempre— manierismo. También, al ya mencionado Concejo de Furió: «La onzena calidad que
muestra la suficiencia del alma en el Consejero, es que sea justo i bueno;
porque el tal es amigo de pagar a cada uno según sus méritos.»
Ocurre igual con el motivo del beatus
ille («¡Qué descansada vida / la del que huye el mundanal ruïdo…»), que El Concejo asocia, no sin razón, al del vir iustus: el justo «bive en paz i
reposo, conténtase con lo suio», libre de una ambición que típica «es de
aquellos que, siendo inhábiles, insuficientes, sin virtud i merescimiento
propio, con sólo favor o fuerça o mala maña o artes ilícitas quiere[n] alcançar
de comer i honrar».
Hora es de formular el teorema de la ficcionalización progresiva: para que
personas como Furió, Larra o Huarte de San Juan perduren, es menester que se
metamorfoseen en personajes y estos en sus doctrinas, que a su vez terminarán convirtiéndose
en ficciones. Todo conspira a indicar que el destino de la historia es
transformarse en historia literaria, de manera que el estudio de esta,
auténtica ciencia de la ficción, debería desentrañar los mil modos en que los
seres humanos del pasado se las apañaron para presentarse ante nuestros ojos,
que los escuchan, como personajes de un relato o trama verosímil que llamamos
—y es otro pacto— memoria colectiva.
O, si nos ponemos estupendos, inmortalidad.
Magnífica reflexión profesor Garrote y golpe a la soberbia del historiador, y de su desvencijada academia, nominada como Real, pero tan literaria...
ResponderEliminarHay que salvar a la academia de la repetición; si no, dejar que acabe de desvencijarse. Saludos, amigo, y salud.
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