Quedamos más o menos en que el cazador (sea quien sea: un narrador o un pintor lo fueran) se disfraza de perrito para cobrar una liebre. Por lo que llevamos averiguado, digamos entonces que como subtítulo del óleo de Courbet, el pintor, bien valdría el verso de Juan Ruiz, el narrador: «Un perrillo blanchete con su señora jugava». Y jugueteando, ante ella se empinaba: «en pino se tenía».
Volvamos pues al Courbet cuya Mujer desnuda con un perro empleaba de intertexto al Tiziano (h. 1485-1576) que tantos canes gustó de representar. Así, como animales que acompañan a figuras mitológicas femeninas. Fijémonos si no en su Baco y Ariadna, 1520-1523 (Londres, The National Gallery), cuya composición paisajística —bosque y fondo acuático— evoca además la de Courbet.
El dios de tantos nombres, Baco, que apenas oculta sus genitales, acaba de llegar al borde del precipicio. De pronto, desde su carro del que tiraban dos quietos guepardos, brinca desquiciado para alcanzar a Ariadna, recién abandonada en la isla de Naxos por el ingrato y traidor Teseo, cuyo barco se pierde en la distancia. Con temor, la muchacha empieza a huir[1]. Al pie del cuadro de Tiziano, ladra un pequeño perro ante el trajín báquico del dios y sus seguidores, que van saliendo del bosque. Por su postura enfrentándose a un sátiro —y en segundo plano a las Bacantes que agitan sus instrumentos de percusión y a sus furiosos compañeros de comitiva, que han descuartizado a un cuadrúpedo—, pudiera ser de Ariadna el perrito ladrador…
Como si de su firma se tratase, Tiziano acaba de añadir a ese pequeño can, pues que nada de él dice Ovidio ni en Metamorfosis, VIII, 174-177, ni en Heroidas, X[2], ni en su Ars amandi. Calla también sobre tal animalillo el carmen 64, 249-264, de Catulo, pasaje que entiendo que pudiera ser la fuente del cuadro de Tiziano —Galán apenas menciona esa pintura (p. 44)[3]—, si es que no lo fue el ovidiano Arte de amar, I, 525-564. En todo caso, un fragmento de este pasaje podría, mediante experimento literaventuresco, plegar el tiempo para convertirse ahora en una écfrasis del óleo de Tiziano:
resonaron címbalos en toda la playa y panderetas tocadas por una mano en delirio […]. Hete aquí las Mimalónides [las Bacantes] con los cabellos derramados por las espaldas; hete aquí los saltarines Sátiros, comparsa que va abriendo camino al dios. Borracho, hele aquí, el anciano Sileno […]. Mientras persigue a las Bacantes, las Bacantes lo esquivan y lo buscan […]. Ya el dios sobre su carro, al que había recubierto por encima de uvas, aflojaba las riendas doradas a la yunta de tigres, y el color y Teseo y la voz huyeron de la joven [Ariadna]; tres veces quiso huir y otras tres veces quedó paralizada de espanto. Y el dios le dice: «heme aquí […], Corona cretense […]». Así habló y, para que no se asustara ella de los tigres, saltó del carro […].[4]
Definitivamente, el pintor ha cambiado tigres por guepardos, y añadido su preciado perrito. Que será símbolo de fidelidad opuesto al muy traicionero Teseo, nadie diga lo contrario, pero no deja de corretear, ladrar o sestear, según los casos, por la obra de Tiziano.
Siempre junto a mujeres jóvenes, hermosas o deseables.
[1] Sobre tal parcela de este relato mítico trata R. Fernández Urtasun, «Ariadna abandonada en Naxos», Amaltea, Documentos (2008), 29 pp.
[2] Puede revisarse la traducción de Vicente Cristóbal: Ovidio, Heroidas, Madrid, Alianza, 1994, pp. 150-157.
[3] L. Galán et al., El carmen 64 de Catulo, La Plata, Universidad Nacional, 2003. El pasaje en cuestión, editado bilingüe, en pp. 74-75.
[4] P. Ovidio Nasón, Amores. Arte de amar. Sobre la cosmética del rostro femenino. Remedios contra el amor, trad. V. Cristóbal López, Madrid, Gredos, 1989, pp. 376-377.
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