La actividad lúdica es una de las más nobles que haya ideado el ser humano. Lejos de constituir una pérdida de tiempo, jugar es reservar una fracción de vida a la imaginación y la poesía: a la creación. Juego, teatro, literatura se asemejan además en que no satisfacen necesidades elementales, sino otras más plenas, completas y complejas. Son, en efecto, artículos de lujo. ¡Y cuán necesario y humanizador es el lujo!
Una de las dimensiones más fascinantes de lo lúdico es la verbal: crucigramas, adivinanzas, juegos de palabras, sopas de letras, chistes... Muchas formas del juego están dedicadas a la palabra: a examinarla, a explorarla y explotarla, a poseerla. Así también el juego del diccionario.
Los participantes disponen, alrededor de una mesa, de lápiz, papel y de un tesauro. Por riguroso turno rotatorio, cada quien rebusca en el diccionario una palabra particularmente extraña y extraordinaria, y la propone a sus compañeros. No ha mucho jugábamos en mi casa, entre amigos. Una de las voces que brotaron fue brollador, que significa ‘manantial, surtidor’. Los otros jugadores redactan entonces, sin que los demás la vean, una definición inventada para la voz propuesta, cuyo auténtico (¿real?) significado nadie debe conocer. Las papeletas se entregan a quien, manejando el diccionario, no compite en esa ronda; este jugador lee en voz alta todas las definiciones, incluyendo la de verdad, que él mismo ha copiado.
Las definiciones ficticias de brollador fueron: 1. Rallador, cedazo / 2. Cepillo para alisar el cuero de las monturas / 3. Dícese del que juega con ventaja, tramposo / 4. Soldado de la antigua infantería polaca. Cada participante elige finalmente una de las definiciones ajenas. Quien acierte la verdadera, recibe dos puntos; aquél cuya definición falsa haya sido preferida, obtiene un punto por cada voto recibido. El diccionario pasa al siguiente jugador.
En el juego del diccionario ganan todos los participantes. Por ejemplo, cobrando conciencia de lo limitado de nuestra competencia lingüística (léxica, en este caso). Pero el pasatiempo sirve, asimismo, como objeto de reflexión sobre otras cuestiones. Digamos que da pie para replantear el principio de la arbitrariedad del signo lingüístico, piedra angular en el consenso académico de nuestra época.
Enhorabuena por tu blog. Es una gran idea! Yo he llevado un par de ellos, y no sólo tienen su propio estilo, sino que ademas tienen su propia vida. Los míos nacieron con un propósito y acabaron muriendo, pero disfruté mucho con ellos.
ResponderEliminarLa relación masturbatoria de las damas con sus perritos la había visto en Literatura, pero no en pintura. Cada vez se hace más difícil ignorar la pintura al hacer un estudio literario: en una imagen se condensa de golpe el significado de ríos de tinta.
El otro día comentando un pasaje de Pepita Jiménez sobre la huerta de Pepeta, donde un riachuelo "brota", "se derrama", "cubre" las riberas y "abre surcos" en la tierra; no pude resistirme a hacerles notar el significado erótico del pasaje, con el resultado de ojos como platos, murmullos y risitas. Lo pasé genial, pero hace falta una asignatura sobre literatura y erotismo como la que tenéis en Málaga.
Muchas gracias por tu comentario, Alicia. Me hubiera gustado leer tus blogs. Esperaré al siguiente: se dice que no hay dos sin tres.
ResponderEliminarEn las clases (pero no sólo en ellas), las referencias eróticas suelen ser acogidas con esas "risitas" nerviosas. También con la perplejidad de comprobar que la literatura española practicó el asunto sexual. De donde se sigue que una asignatura así hace tambalear los pre-juicios adquiridos, no ya sobre lo sexual: sobre nuestra historia.
Un cordial saludo.