Quizá sea que de forma instantánea asociamos al significante perro el significado simbólico ‘fidelidad’. Un personaje de Espinel (I, 14) afirma que «son las calidades de los perros y las excelencias que hay en ellos muy dignas de admiración»: «¡Qué fidelidad! ¡Qué amor! ¡Qué conocimiento!». A lo que Obregón añade que «tienen dos admirables virtudes», «que si los hombres las tuviesen tan sentadas en el alma como ellos en su natural inclinación, vivirían en perpetua paz: que son humildad y agradecimiento»[1].
Sin embargo, no sólo con ‘fidelidad’, ‘agradecimiento’ y ‘humildad’: el símbolo perro ladra con más tonos. Por encargo del Arcipreste (s. XIV), su alcahueta trata de cobrar para él a doña Garoza. Conversando con esta monja, la resabiada anciana va relatándole múltiples enxiemplos que, en un plano literal, responden a la moralización de la tradición esópica, pero en otro latente sugieren una materia sexual: el mensaje que entre líneas lleva Trotaconventos de parte del Arcipreste. Uno de esos ejemplos es la fábula de la mujer que jugaba con su blanchete o perro faldero, lo que suscitó los recelos del asno (Libro del Arcipreste de Hita, estrofas 1400-1402):
«Señora», diz la vieja, «dirévos un juguete [un cuento divertido]:
non∙m cunta conbusco [no me pase con vos] como al asno con el blanchete
que él vio con su señora jugar en el tapete [la alfombra];
dirévos la fablilla si me dades un risete [si me sonreís].
»Un perrillo blanchete con su señora jugava;
con su lengua e boca las manos le besava,
ladrando e con la cola mucho la falagava:
demostrava en todo grand amor que la amava.
»Ante ella e sus compañas en pino [de pie] se tenía;
tomavan con él todos solaz y alegría;
dávale cada uno de cuanto que comía:
veíalo el asno esto de cada día.[2]
El Arcipreste reemplaza al herus o dominus de las fuentes esópicas por la señora en esta «brève mais suggestive description», según Lecoy[3]. Sus motivaciones tendría.
En la segunda de las «Tres notas a Miguel Delibes»[4], J. Fradejas Lebrero compara este pasaje con el Cant LXIV, iv de Ausias March (1397-1459): «Lir entre carts, ab milans caç la ganta / y ab lo branxet la lebre corredora» («Lirio entre cardos, con milanos cazo la cigüeña / y con el braquete la liebre corredora»)[5]. Indica Fradejas que ese «cazar la liebre con un branxet», es decir, con un «blanchete» o «perrito faldero, pequeño, quizá perrito blanco de Malta», es, en palabras de Ferreres, «absurda caza» (I, p. 55), aunque por justificar aduzca Fradejas la vieja añagaza por la que el cazador se ocultaba tras otro animal —o se disfrazaba de él— para cobrar su pieza. Un grabado de 1601, publicado en una nota de D. S. Severin (p. 32) a la Celestina, XI[6], ilustra ese método cinegético.
Pero resulta en verdad absurdo, si no patético, esconderse tras perrito faldero o transfigurarse en él para cazar. A no ser que Ausias, cuyo Cant LXIV habla del «tiempo» en que «todo animal irracional requiere amor» y él, «desnudo», «la pasión de Ramos canta», lo haga en dos sentidos. En el latente, cazar liebre corredora con perrito, tiene su aquel de guiño sexual. Y no sólo por la vieja asociación del amor y el sexo con la caza, sino porque durante siglos liebre (como conejo) significó ‘vagina’. Véase un contexto del poeta cancioneril Quirós (s. XV), que trae Álvaro Alonso[7]: «y sin manta ni almohaça [‘pene’] / jamás [‘siempre’] liebre se me esconde».
Ya diremos de cómo perro fue sinónimo de almohaza. Pero por ahora baste con que, por si fuera poco en el sentido latente de Ausias, correr terminó en correrse. Que es como terminan estas cosas.
[1] Vicente Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón, ed. M. S. Carrasco Urgoiti, Madrid, Castalia, 1972, I, pp. 229-230.
[2] Sigo el texto y las aclaraciones de A. Blecua en su edición de Juan Ruiz, Libro de buen amor, Madrid, Cátedra, 1992, pp. 355-356.
[3] F. Lecoy, Recherches sur le «Libro de buen amor» de Juan Ruiz, Paris, E. Droz, 1938, pp. 134-135.
[4] Castilla, 2-3 (1981), pp. 23-30.
[5] A. March, Obra poética completa, ed. biling. R. Ferreres, Madrid, Castalia, 1982, I, pp. 346-347.
[6] Celestinesca, 4.1 (1980), pp. 31-33.
[7] «Gómez Manrique, Narváez y Castillejo: ¿poesía obscena?», en Nunca fue pena mayor. Estudios de literatura española en homenaje a Brian Dutton, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, 1996, pp. 27-33 (p. 31).
[2] Sigo el texto y las aclaraciones de A. Blecua en su edición de Juan Ruiz, Libro de buen amor, Madrid, Cátedra, 1992, pp. 355-356.
[3] F. Lecoy, Recherches sur le «Libro de buen amor» de Juan Ruiz, Paris, E. Droz, 1938, pp. 134-135.
[4] Castilla, 2-3 (1981), pp. 23-30.
[5] A. March, Obra poética completa, ed. biling. R. Ferreres, Madrid, Castalia, 1982, I, pp. 346-347.
[6] Celestinesca, 4.1 (1980), pp. 31-33.
[7] «Gómez Manrique, Narváez y Castillejo: ¿poesía obscena?», en Nunca fue pena mayor. Estudios de literatura española en homenaje a Brian Dutton, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, 1996, pp. 27-33 (p. 31).
No hay comentarios:
Publicar un comentario