Subterráneos
históricos permitían a Francesillo de Zúñiga ir del futuro al pasado y
viceversa, haciendo fugaz escala en el presente. También simultanear escenas.
No es que se desdoblase durante excursión astral u otras zarandajas de
budistas aficionados. Es que viajaba en un visto y no visto desde Al Andalus
hasta el Reino de León. Y viceversa. Los subterráneos del tiempo no sabían de
fronteras geográficas ni políticas o ficticias, que hasta allí abajo no se
prolongaban, de modo y manera que aquellos hechos diferenciales de las taifas y
los reinos medievales, de las regiones y los cantones modernos, de las
autonomías postmodernas, quedaban abolidos en un pispás pancrónico. El de
Zúñiga y sus acompañantes, no sé qué decirte, Buñuel, Larra y Dalí, o tocayos
como Umbral, Quevedo y Goya, quedaban, por su mucho trasvase subterráneo, a salvo
de toda aquella catetada solo en apariencia diferencial: lo mismo te bailaban
una muñeira que una sevillana; otrosí, una jota, un chotis o una sardana. A los acordes de una
banda de txistularis.